sábado, 2 de octubre de 2010

Tarjetones

No sé qué estaba buscando, pero, durante el registro de mi apartamento, he abierto el cajón donde guardo las invitaciones de boda de mis amigos. Las he ido arrancando una a una de la montaña de cartulina color hueso que el tiempo se ha encargado de tintar de amarillo que vira a marrón. Los nombres se han transformado en rostros y los rostros en momentos. Algunos se han manifestado en su forma adolescente, vivaces, sonrientes y un poco cabroncetes, muy lejos del aspecto que las embestidas de los años han esculpido en ellos. He tenido quince años y he dejado pasar el tiempo durante unos segundos, como lo hacía en aquella época, tarareando las canciones que entonces descubría, sintiendo la emoción de tratar de entender el mundo en las largas y "trascendentales" conversaciones de las noches de verano. Si alguna vez estuve cerca de ser feliz, probablemente fuera en esa época, cuando ni siquiera me conocía a mí mismo. Quiero volver allí, quiero volver a estar con aquella gente y volver a compartir opiniones e inquietudes. Tomo el listín telefónico y rápidamente encuentro sus números. Los anoto aparte para hacer una ronda de llamadas. Al guardar de nuevo el bolígrafo en el cajón, encuentro un cigarro y me acuerdo de que eso era lo que estaba buscando cuando me topé con mi pasado. Descuelgo el teléfono con el cigarro en la comisura derecha y, antes de marcar el primer numero, comienzo a toser compulsivamente, salpicando el teclado de sangre. Miro el cigarro, que ha caído sobre la lista y parece tachar los nombres. Miro los esputos sobre el teclado y alzo la vista para verme en el espejo. Me cuesta un par de parpadeos asumirlo, pero el cigarro tiene razón. Aunque todavía pueda hablar con ellos, toda aquella gente está muerta. Cojo el cigarro y dejo la sangre secando sobre el teclado. Me vuelvo a acoplar en el sofá amoldado a mi forma y sigo viendo la teletienda.

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