La tos ferina
domingo, 9 de octubre de 2011
Lugares imposibles
lunes, 22 de agosto de 2011
miércoles, 8 de junio de 2011
Indies peperos...
lunes, 29 de noviembre de 2010
Vonnegut
martes, 16 de noviembre de 2010
Danzas en círculo. Escapismo rudimentario.
La luz apenas llega ya hasta la húmeda y fría Jaula del perro, pero, aún así, él no cesa de ladrar y gruñir mostrando los dientes. Para evitar la monotonía, de vez en cuando da vueltas en círculo. Renueva su ira con las pequeñas dosis de testosterona que le proporciona esta reducida actividad física. La sangre le resbala por el hocico y sirve de pintura del macabro cuadro enque se ha convertido el suelo. Ya ha perdido la cuenta de las embestidas que propina, con inexacta periodicidad, a su conocida reja . Con el frenético movimiento esparce la sangre fresca, que se mezcla con la capa reseca que se ha ido formando a lo largo de los años, dando lugar a formas en constante evolución y de texturas contrastadas. En su incansable baile, arranca pequeños trozos de costra con las uñas, que se mezclan con el líquido formando una pasta grumosa que fragua en los días siguientes. En los primeros tiempos de su reclusión, hacía breves descansos en su desesperada protesta y sollozaba, al modo en que lo hacen los de su especie, pero tardó poco tiempo en adoptar una postura mucho más firme. Bastaron unas semanas para que dejara de esperar socorro y tomara consciencia de que él mismo era el único que podía sacarle de allí. En estas condiciones, comenzó a odiar todo lo que quedaba fuera del perímetro de su prisión y centró sus pensamientos, de manera obsesiva, en salir de ese lugar.
Pese a su complexión enclenque y falta de vigor, algunos de los golpes contra la puerta de la jaula consiguen abollarla de manera evidente, reforzando su ánimo y restándole importancia a que su vista se nuble y que sienta crujir su cráneo en cada uno de los impactos. Pasa las noches enteras escupiendo su alma en tonos agudos, con los ojos velados en sangre y el morro rebosante de espuma rosa, cóctel que su saliva y su sangre han formado batiéndose al ritmo de las protestas.
Su descanso se reduce a dos o tres horas diarias durante el periodo más caluroso de la jornada, puesto que esto le impide conciliar un sueño profundo y se mantiene alerta durante su tiempo reposo. Al despertar, siempre encuentra dos recipientes, uno lleno de agua y el otro rebosante de manjares variados. En los primeros tiempos, rechazaba estas misteriosas ofrendas por cuestión de principios, puesto que intuía que quien le proporcionaba sustento, bien era capaz de otorgarle la libertad. En esa época sólo dormía cuando el cansancio le tendía una emboscada y, al despertar, encontraba de nuevo los cacharros renovados. No pudo dar caza a su benefactor en la sombra y tuvo que sucumbir a los alimentos, en pos de lograr escapar de aquel lugar con las fuerzas que le eran ofrecidas en los humillantes recipientes.
Tras los años transcurridos, no ha logrado saber aún quién le mantiene con vida, pero la puerta que le separa del mundo está cada vez más debilitada. Siente cerca su huída, por lo que esta tarde ladra con más fervor, si cabe, que en el tiempo que le ha traído hasta aquí. Después de realizar su habitual calentamiento rotativo , con el costado y el vientre impregnados en sangre ya casi seca, comienza a romperse el cráneo contra la verja. Esta vez, a cada golpe que propina, siente el desplazamiento y la deformación de la puerta, lo cual le encoleriza aún más y le llena de alegría, pues siente cerca el fin de su costoso propósito. Ya no hace pausas entre las embestidas, la sangre mana a borbotones de su frente y no logra ver nada fuera de las dos barras de hierro en las que está centrando su ataque. Al cabo de diez minutos, hace ceder la puerta y cae al tibio suelo de hormigón. Permanece tirado durante un buen rato, disfrutando de su victoria y haciendo mutar sus ojos poco a poco hacia el estado de bondadosa serenidad que tenían antes de toda esta historia.
No ha ladrado ni una sola vez desde que ha logrado escapar de su pequeña prisión. Vuelve a disfrutar del silencio como lo hacía antes. Al recuperar fuerzas suficientes, se ha ido levantando hasta quedarse sentado y ha comenzado a jadear lentamente, aunque esta vez sea el calor en motivo y no a la excitación de su estado anterior. Respirando pausadamente, ha observado su entorno con la tranquilidad de un sabio oriental. Tras varios minutos sin reaccionar, ha levantado las patas traseras pausadamente y, aún renqueante, se ha dirigido de nuevo al interior de la jaula. Se ha arrimado a un plano de barrotes y se ha tendido apoyando la garganta entre las patas delanteras, ahora ya lleno de paz, a esperar la comida de mañana.
martes, 12 de octubre de 2010
Cuestiones físico/prácticas de cinemática elemental
Clack! El mecanismo de ruedas dentadas accionado por baterías de cuatro voltios y medio marca Seiko realizó su rutinario giro de engranajes para señalar que eran las doce y media del mediodía. El ruido seco de las manecillas del reloj provocó un pequeño sobresalto en Ricardo, esa pequeña bola de pelo que antaño fue un gato, y que ahora era lo más parecido a un amigo que tenía la señora Herrero.
El pequeño movimiento del felino, que hasta entonces se hallaba plácidamente acurrucado en una contorsión imposible en el mullido cojín de grasa y carne, hizo que uno de los ojos de la señora quedara parcialmente abierto, en un rápido y ligero movimiento que accionó todo un entramado de arrugas y piel marchita que rodeaban unos ojos que años atrás habían irradiado un auténtico fulgor de viveza y alegría.
El retrato de su marido, luciendo aquél elegante esmoquin negro que la enamoró años atrás, fue la primera imagen que se clavó en las somnolientas retinas de la señora Herrero, tras su improvisada siesta. Clack! De nuevo el reloj volvió a accionarse para recordar a su dueña que eran las doce y media del mediodía. Se arregló su bata floreada, que desde hace tiempo constituía su única vestimenta diaria y tensó sus brazos para alzarse de modo torpe en una corta y agónica lucha contra la gravedad, mientras sus venas se hinchaban recorriendo sus secos brazos, como pequeñas serpientes enroscándose en sus debilitados huesos. De la cómoda cogió aquél pequeño tesoro que unas semanas atrás había recuperado de algún sitio, una pequeña caja de música cuya melodía recordaba a un vals que quizá hace tiempo bailó en brazos de su amado.
“¿Dónde estará el pequeño Pelusete?” Era una pregunta recurrente durante los últimos días, aunque el travieso felino hacía tiempo que tenía como única diversión esconderse en los rincones de su casa para preocupar a la dueña. Clack! De nuevo el reloj marcaba las doce y media del mediodía y ni rastro de “Pelusete” ni de “Ricardo”. La señora volvió a tomar en sus enjutas manos la cajita de música para disfrutar de nuevo de esa canción tan familiar que no dejaba de recorrer su cabeza. Recostó su cansado cuerpo en el sofá y contempló de nuevo el rostro de su difunto marido. Se levantó a comer algo, pero tropezó con aquella vieja maleta y cayó al suelo, golpeándose la cabeza con la mesilla auxiliar de mármol. Clack! Poco antes de entrar en la inconsciencia, esbozó una sonrisa al encontrar al pequeño Pelusete debajo de la cómoda junto a Ricardo, mientras este último engullía los intestinos de su pútrido compañero. Ante el estruendo, el pequeño Ricardo se acercó lamiendo la sangre que empapaba la alfombra polvorienta del salón.
Clack! De nuevo el reloj marcaba las doce y media en casa de la señora Herrero.
lunes, 11 de octubre de 2010
Excreciones
Sigo sumergido en la nada.
Nadando en el aire.
Extenuado.
En el mismo lugar donde me dejaste.
Corriendo.
Un galgo tras la liebre mecánica.
La liebre,
tus ojos,
la piel de tu alma.
Me susurran silenciosamente,
todo lo que tú y yo podríamos haber sido,
si no fuéramos tú y yo.
Una ilusión en negro.
Un escenario oscuro donde actúo con soltura.
Un sanatorio donde encierran a los cuerdos.
De dónde ya puedo salir,
porque ya me he curado de ti.
Ya he enfermado para toda esta vida.
sábado, 9 de octubre de 2010
140 jamones
jueves, 7 de octubre de 2010
Lo peor de todo
que me gustaría poder decirte que te quiero
y que además fuera verdad.