miércoles, 29 de septiembre de 2010

Zach

Anoche me llamó Zach de la Rocha con el móvil de la empresa para preguntarme si iba a hacer huelga. Le dije que no porque estoy en el paro, y me respondió que él tampoco, que como es autónomo no se lo podía permitir.

martes, 28 de septiembre de 2010

Tos de fresa

El segundo mes de mi beca Erasmus en Milán, llamé a mis padres para pedirles 1437 euros. Les conté cómo en la residencia no tenían aula de estudio, y que necesitaba entrar en un piso compartido. Por suerte, mi amigo Martín ya llevaba allí un par de meses y podía ofrecerme un cuarto a precio módico. El único problema era que el cuarto no tenía más muebles que una cómoda de esas horribles en kit de Ikea. Tenía que comprar una cama nueva en Habitat, una que me permitiera descansar bien para ir fresco a la facultad por la mañana y a mis clases de italiano por la noche.

No me pusieron problemas. Es más, mi padre tuvo a bien lanzarme un discurso sobre cómo estaba demostrando iniciativa y carácter, tomando decisiones por mí mismo al fin. Dijo un par de cosas sobre hacerme un hombrecito de verdad, y algo sobre la fábrica que me esperaba en S.S. de los Reyes cuando terminara mis estudios de Administración y Dirección de Empresas.

Las clases no eran difíciles. Ninguna asignatura es especialmente difícil en la Universidad Católica de Milán. Sólo me seguían colgando Fundamentos de Financiación y Contabilidad, que eran tan aburridas en italiano como en español. Al fin y al cabo, no sé para qué debería estudiar esas cosas. Yo soy empresario, no banquero ni contable. A esa gente le pago yo para que me haga las cuentas, ¿no? En fin...

El tercer mes pedí 2050 euros. Una tubería en el lavabo de nuestro austero piso había reventado, y los fontaneros italianos son igual de incapaces y ladrones que los nuestros. Nos había cobrado un dineral por el desplazamiento, y... bueno, ya sabéis cómo son esas cosas. Te cobran por respirar a su alrededor. Esos sí que llevan bien su empresa.

Ya me imagino lo que estáis pensando: Erasmus, niño bien, en Italia. Comprándome ropita de marca cada dos días, yendo de botellón a monumentos históricos, follando con núbiles jovencitas. Nada más lejos de la realidad. Martín y yo pasamos dos meses planificando todo el asunto, y todo el tiempo hasta que la A.A.I. llamó a nuestra puerta lo empleamos trabajando duro en casa. Puede que no fuera mucho a clase, pero teníamos un proyecto entre manos, corcho... No podíamos aparcarlo sin más.

Además, comprar cualquier cosa que no fueran camisetas de tirantes habría sido absurdo en nuestro piso. Las únicas ventanas que había daban a un patio interior minúsculo, y siempre estaban cerradas a cal y canto. Teníamos el aire acondicionado en marcha a 24º todos los días, todo el día. Y menos mal, porque las bombillas de 1000w dan un calor de cojones. Andábamos en calzoncillos todo el día, resbalando en los charquitos de sudor que se formaban en nuestras sandalias de plástico.

Al cuarto mes sólo tuve que pedirles 530. Había empezado a trabajar por las noches con Martín, y empezábamos a ganar dinero, pero es increíble lo cara que es la electricidad en Italia... Un día se plantó un operario en la puerta de casa, para mirar si teníamos algún problema en la instalación. Quería entrar en casa, pero no le dejamos. Vete a saber quién se te puede colar en casa hoy en día. Dijo no sé qué de nuestro consumo y de la potencia, y Martín le soltó en catalán que él era ingeniero industrial, y que no había riesgo alguno porque se había encargado de revisar la instalación para que fuera segura. El tipo se fue rezongando no sé qué entre dientes. No lo entendí, porque no iba a italiano desde hacía dos meses. Teníamos trabajo...

Luego vinieron los vecinos a quejarse de los olores. El problema del patio interior es que todos los extractores van al mismo sitio, y aunque vivíamos en el último piso, algo les llegó. Una noche especialmente calurosa, un gordo cabrón comepasta se enfrentó a nosotros en nombre de la comunidad. En su burdo dialecto dijo que sabía lo que hacíamos, y que iba a llamar a los carabineros y tal. Nos reímos en su cara, le cerramos la puerta en los morros, nos dimos una ducha y salimos a deshacernos del stock.

El quinto mes, el ilustrísimo señor Altieri llamó a mis padres para pedirles 15000 euros en concepto de fianza, y les habló de deportación y personas non gratas. La muy zorra de la casera había respondido a la llamada de los vecinos y del operario de la luz, y fue con la llave una noche que estábamos fuera. Se encontraron todo el piso lleno de palanganas y papel de plata, con el aire acondicionado a todo meter e iluminación suficiente para rodar una peli. Y 50 plantas de Tos de fresa holandesa colgando del techo secándose. Cuando llegamos a casa, el comité de bienvenida era de todo menos halagüeño.

Por suerte, tenía una maleta llena en la taquilla del aeropuerto cuando me deportaron el sexto mes, y pude devolverle el dinero a papá con un 10% de interés mensual. Dijo que había demostrado iniciativa y capacidad de arriesgarme por un negocio. También me dijo que así es como se aprendía, y que al fin y al cabo Italia era un país de mierda al que no hacía falta que volviera para nada. Dijo que no me quedaba nada por aprender, y que dejara la facultad. Y por fin, la fábrica de San Sebastián de los Reyes es mía. Sus 200 trabajadores, su maquinaria peligrosísima, sus vertidos de dudosa salubridad. Todos míos.

De vez en cuando envío un cartón de tabaco a Milán para Martín, para que no le enganchen en las duchas cualquier día de estos. No me ha respondido ni una sola vez, el cabrón ingrato.