lunes, 29 de noviembre de 2010

Vonnegut

¿De dónde saco mis ideas? Podrías haber preguntado lo mismo de Beethoven. Él hacía el tonto por Alemania, como todos los demás, y de repente le salía una cosa. Era música.

Yo andaba haciendo el tonto por Indiana, y de pronto salió una cosa. Era asco ante la civilización.

- Kurt Vonnegut, alma mater

martes, 16 de noviembre de 2010

Danzas en círculo. Escapismo rudimentario.

La luz apenas llega ya hasta la húmeda y fría Jaula del perro, pero, aún así, él no cesa de ladrar y gruñir mostrando los dientes. Para evitar la monotonía, de vez en cuando da vueltas en círculo. Renueva su ira con las pequeñas dosis de testosterona que le proporciona esta reducida actividad física. La sangre le resbala por el hocico y sirve de pintura del macabro cuadro enque se ha convertido el suelo. Ya ha perdido la cuenta de las embestidas que propina, con inexacta periodicidad, a su conocida reja . Con el frenético movimiento esparce la sangre fresca, que se mezcla con la capa reseca que se ha ido formando a lo largo de los años, dando lugar a formas en constante evolución y de texturas contrastadas. En su incansable baile, arranca pequeños trozos de costra con las uñas, que se mezclan con el líquido formando una pasta grumosa que fragua en los días siguientes. En los primeros tiempos de su reclusión, hacía breves descansos en su desesperada protesta y sollozaba, al modo en que lo hacen los de su especie, pero tardó poco tiempo en adoptar una postura mucho más firme. Bastaron unas semanas para que dejara de esperar socorro y tomara consciencia de que él mismo era el único que podía sacarle de allí. En estas condiciones, comenzó a odiar todo lo que quedaba fuera del perímetro de su prisión y centró sus pensamientos, de manera obsesiva, en salir de ese lugar.

Pese a su complexión enclenque y falta de vigor, algunos de los golpes contra la puerta de la jaula consiguen abollarla de manera evidente, reforzando su ánimo y restándole importancia a que su vista se nuble y que sienta crujir su cráneo en cada uno de los impactos. Pasa las noches enteras escupiendo su alma en tonos agudos, con los ojos velados en sangre y el morro rebosante de espuma rosa, cóctel que su saliva y su sangre han formado batiéndose al ritmo de las protestas.

Su descanso se reduce a dos o tres horas diarias durante el periodo más caluroso de la jornada, puesto que esto le impide conciliar un sueño profundo y se mantiene alerta durante su tiempo reposo. Al despertar, siempre encuentra dos recipientes, uno lleno de agua y el otro rebosante de manjares variados. En los primeros tiempos, rechazaba estas misteriosas ofrendas por cuestión de principios, puesto que intuía que quien le proporcionaba sustento, bien era capaz de otorgarle la libertad. En esa época sólo dormía cuando el cansancio le tendía una emboscada y, al despertar, encontraba de nuevo los cacharros renovados. No pudo dar caza a su benefactor en la sombra y tuvo que sucumbir a los alimentos, en pos de lograr escapar de aquel lugar con las fuerzas que le eran ofrecidas en los humillantes recipientes.

Tras los años transcurridos, no ha logrado saber aún quién le mantiene con vida, pero la puerta que le separa del mundo está cada vez más debilitada. Siente cerca su huída, por lo que esta tarde ladra con más fervor, si cabe, que en el tiempo que le ha traído hasta aquí. Después de realizar su habitual calentamiento rotativo , con el costado y el vientre impregnados en sangre ya casi seca, comienza a romperse el cráneo contra la verja. Esta vez, a cada golpe que propina, siente el desplazamiento y la deformación de la puerta, lo cual le encoleriza aún más y le llena de alegría, pues siente cerca el fin de su costoso propósito. Ya no hace pausas entre las embestidas, la sangre mana a borbotones de su frente y no logra ver nada fuera de las dos barras de hierro en las que está centrando su ataque. Al cabo de diez minutos, hace ceder la puerta y cae al tibio suelo de hormigón. Permanece tirado durante un buen rato, disfrutando de su victoria y haciendo mutar sus ojos poco a poco hacia el estado de bondadosa serenidad que tenían antes de toda esta historia.

No ha ladrado ni una sola vez desde que ha logrado escapar de su pequeña prisión. Vuelve a disfrutar del silencio como lo hacía antes. Al recuperar fuerzas suficientes, se ha ido levantando hasta quedarse sentado y ha comenzado a jadear lentamente, aunque esta vez sea el calor en motivo y no a la excitación de su estado anterior. Respirando pausadamente, ha observado su entorno con la tranquilidad de un sabio oriental. Tras varios minutos sin reaccionar, ha levantado las patas traseras pausadamente y, aún renqueante, se ha dirigido de nuevo al interior de la jaula. Se ha arrimado a un plano de barrotes y se ha tendido apoyando la garganta entre las patas delanteras, ahora ya lleno de paz, a esperar la comida de mañana.

martes, 12 de octubre de 2010

Cuestiones físico/prácticas de cinemática elemental

Clack! El mecanismo de ruedas dentadas accionado por baterías de cuatro voltios y medio marca Seiko realizó su rutinario giro de engranajes para señalar que eran las doce y media del mediodía. El ruido seco de las manecillas del reloj provocó un pequeño sobresalto en Ricardo, esa pequeña bola de pelo que antaño fue un gato, y que ahora era lo más parecido a un amigo que tenía la señora Herrero.

El pequeño movimiento del felino, que hasta entonces se hallaba plácidamente acurrucado en una contorsión imposible en el mullido cojín de grasa y carne, hizo que uno de los ojos de la señora quedara parcialmente abierto, en un rápido y ligero movimiento que accionó todo un entramado de arrugas y piel marchita que rodeaban unos ojos que años atrás habían irradiado un auténtico fulgor de viveza y alegría.

El retrato de su marido, luciendo aquél elegante esmoquin negro que la enamoró años atrás, fue la primera imagen que se clavó en las somnolientas retinas de la señora Herrero, tras su improvisada siesta. Clack! De nuevo el reloj volvió a accionarse para recordar a su dueña que eran las doce y media del mediodía. Se arregló su bata floreada, que desde hace tiempo constituía su única vestimenta diaria y tensó sus brazos para alzarse de modo torpe en una corta y agónica lucha contra la gravedad, mientras sus venas se hinchaban recorriendo sus secos brazos, como pequeñas serpientes enroscándose en sus debilitados huesos. De la cómoda cogió aquél pequeño tesoro que unas semanas atrás había recuperado de algún sitio, una pequeña caja de música cuya melodía recordaba a un vals que quizá hace tiempo bailó en brazos de su amado.

“¿Dónde estará el pequeño Pelusete?” Era una pregunta recurrente durante los últimos días, aunque el travieso felino hacía tiempo que tenía como única diversión esconderse en los rincones de su casa para preocupar a la dueña. Clack! De nuevo el reloj marcaba las doce y media del mediodía y ni rastro de “Pelusete” ni de “Ricardo”. La señora volvió a tomar en sus enjutas manos la cajita de música para disfrutar de nuevo de esa canción tan familiar que no dejaba de recorrer su cabeza. Recostó su cansado cuerpo en el sofá y contempló de nuevo el rostro de su difunto marido. Se levantó a comer algo, pero tropezó con aquella vieja maleta y cayó al suelo, golpeándose la cabeza con la mesilla auxiliar de mármol. Clack! Poco antes de entrar en la inconsciencia, esbozó una sonrisa al encontrar al pequeño Pelusete debajo de la cómoda junto a Ricardo, mientras este último engullía los intestinos de su pútrido compañero. Ante el estruendo, el pequeño Ricardo se acercó lamiendo la sangre que empapaba la alfombra polvorienta del salón.

Clack! De nuevo el reloj marcaba las doce y media en casa de la señora Herrero.

lunes, 11 de octubre de 2010

Excreciones

Sigo sumergido en la nada.

Nadando en el aire.

Extenuado.

En el mismo lugar donde me dejaste.

Corriendo.

Un galgo tras la liebre mecánica.

La liebre,

tus ojos,

la piel de tu alma.

Me susurran silenciosamente,

todo lo que tú y yo podríamos haber sido,

si no fuéramos tú y yo.

Una ilusión en negro.

Un escenario oscuro donde actúo con soltura.

Un sanatorio donde encierran a los cuerdos.

De dónde ya puedo salir,

porque ya me he curado de ti.

Ya he enfermado para toda esta vida.

sábado, 9 de octubre de 2010

140 jamones

Resulta que un tipo ofrece recaudar 10 millones de dólares para que Weezer dejen de hacer el ridículo sacando un disco de mierda tras otro. Me parece una idea estupenda.

Y precisamente hoy me pregunto... Si uno que habría cumplido 70 años no hubiera muerto, ¿cuánto tendríamos que ofrecerle a la Plastic Ono Band?

jueves, 7 de octubre de 2010

Lo peor de todo

No quedan horas para mí ni para nadie,
 sólo quedan arcadas de angustia y bilis
y ruletas rusas de confusión
 como en los espejos que se cruzan entre tu incertidumbre
 y la asfixia que derrite cualquier atisbo de alegría
 y no me queda nada más que sacarte los ojos
y devolvértelos en forma de sudario
y destrozar tu ataúd a patadas hasta que tus huesos se hagan polvo
hasta que tu mandíbula quede partida por la osadía de verte morir entre risas
aunque lo que más querría detrás de toda palabra es poder decirte que te quiero
aunque el amor no sea más que una palabra que agoniza por las esquinas
aunque te balancees con la mirada al infinito de un lado a otro
con los ojos vacíos y apagados
en una cuerda empapada en tu propia sangre.

Pero lo peor de todo es eso...,
 que me gustaría poder decirte que te quiero
 y que además fuera verdad. 


lunes, 4 de octubre de 2010

Tiburón

Te digo esto porque me caes bien. Están haciendo recortes arriba, y los mandos intermedios se tiran de los pelos. Les piden más trabajo en menos tiempo, y se los llevan el fin de semana que viene a una sesión de coaching en la Sierra de Espadán. Sí, ya sabes, esas movidas de autoayuda para ejecutivos...

Los llevan en piragua por ahí, y les hacen gritar consignas juntos y tal, para que estén más motivados cuando vuelvan a la oficina, y se den puñaladas traperas con más entusiasmo. Ya sabes cómo les va a los jefecitos estos... No son como nosotros, que hacemos piña. Si supieran el equipo que tienen, lo bien que trabajamos juntos, nos subirían los incentivos por venta. Pero ya ves...

Total, que parece que hubo problemas con la cuenta Gomis. No, no te preocupes. Yo también pensaba que iba bien, pero se ve que han visto algo raro, y lo están mirando con lupa. A mí me preguntó Sánchez el otro día. Me llevó a su despacho, me puso un whiskey... ¡Cardhu, no te lo pierdas! Luego no hay dinero en la empresa... Total, me preguntó directamente por ti y por la cuenta Gomis. Yo le dije que respondía del trabajo al cien por cien. Como se puso muy pesado, y no se fiaba de nada, le he dicho que en realidad llevé yo los números, porque tú eres novatillo. Que asumía toda la responsabilidad de la cuenta. Y creo que se quedó más tranquilo, pero no sé.

Ya, ya sé que parece que era una cuenta grande y sin huecos, pero vete a saber, que estos tíos son unos cabrones de tres pares. No hace falta que me des las gracias, que aquí todos vamos en el mismo barco. Tú céntrate en las otras cuentas más pequeñas, que ahora no las están controlando tanto, y todo irá de puta madre.

Nada, nada, no hace falta que me pagues el café. Mira, te invito yo, que el otro día me dieron un incentivo. ¡Hale, campeón, a seguir partiendo la pana!

domingo, 3 de octubre de 2010

Sincronía en verde

El silencio lo invade todo, mientras el frío glacial recorre mi cuerpo y me encuentro cara a cara con la muerte.

“No fue buena idea emprender este viaje”, recuerdo tus últimas palabras mientras empiezo a devorar tu cadáver y la aurora boreal comienza a retorcerse ante mis ojos iluminando el cielo con su tétrica belleza.

sábado, 2 de octubre de 2010

Tarjetones

No sé qué estaba buscando, pero, durante el registro de mi apartamento, he abierto el cajón donde guardo las invitaciones de boda de mis amigos. Las he ido arrancando una a una de la montaña de cartulina color hueso que el tiempo se ha encargado de tintar de amarillo que vira a marrón. Los nombres se han transformado en rostros y los rostros en momentos. Algunos se han manifestado en su forma adolescente, vivaces, sonrientes y un poco cabroncetes, muy lejos del aspecto que las embestidas de los años han esculpido en ellos. He tenido quince años y he dejado pasar el tiempo durante unos segundos, como lo hacía en aquella época, tarareando las canciones que entonces descubría, sintiendo la emoción de tratar de entender el mundo en las largas y "trascendentales" conversaciones de las noches de verano. Si alguna vez estuve cerca de ser feliz, probablemente fuera en esa época, cuando ni siquiera me conocía a mí mismo. Quiero volver allí, quiero volver a estar con aquella gente y volver a compartir opiniones e inquietudes. Tomo el listín telefónico y rápidamente encuentro sus números. Los anoto aparte para hacer una ronda de llamadas. Al guardar de nuevo el bolígrafo en el cajón, encuentro un cigarro y me acuerdo de que eso era lo que estaba buscando cuando me topé con mi pasado. Descuelgo el teléfono con el cigarro en la comisura derecha y, antes de marcar el primer numero, comienzo a toser compulsivamente, salpicando el teclado de sangre. Miro el cigarro, que ha caído sobre la lista y parece tachar los nombres. Miro los esputos sobre el teclado y alzo la vista para verme en el espejo. Me cuesta un par de parpadeos asumirlo, pero el cigarro tiene razón. Aunque todavía pueda hablar con ellos, toda aquella gente está muerta. Cojo el cigarro y dejo la sangre secando sobre el teclado. Me vuelvo a acoplar en el sofá amoldado a mi forma y sigo viendo la teletienda.

viernes, 1 de octubre de 2010

La última palabra -fragmento VII-

VII

De vueltas sé que saldré,
de ti,
a quien nunca entré,
de quien saldré,
y de quien saldrás,
o de quien sea que salgas,
que de vueltas uno se endurece pero también cae,
de soledad se nutre uno y se muere,
de vida uno se traiciona y se enmascara,
y los segundos se paralizan a cada paso,
y las vueltas me hipnotizan y me deshacen,
pienso que no pienso y que por fin olvido,
y la paradoja me envuelve y me vomita,
y la rueda me tritura.


miércoles, 29 de septiembre de 2010

Zach

Anoche me llamó Zach de la Rocha con el móvil de la empresa para preguntarme si iba a hacer huelga. Le dije que no porque estoy en el paro, y me respondió que él tampoco, que como es autónomo no se lo podía permitir.

martes, 28 de septiembre de 2010

Tos de fresa

El segundo mes de mi beca Erasmus en Milán, llamé a mis padres para pedirles 1437 euros. Les conté cómo en la residencia no tenían aula de estudio, y que necesitaba entrar en un piso compartido. Por suerte, mi amigo Martín ya llevaba allí un par de meses y podía ofrecerme un cuarto a precio módico. El único problema era que el cuarto no tenía más muebles que una cómoda de esas horribles en kit de Ikea. Tenía que comprar una cama nueva en Habitat, una que me permitiera descansar bien para ir fresco a la facultad por la mañana y a mis clases de italiano por la noche.

No me pusieron problemas. Es más, mi padre tuvo a bien lanzarme un discurso sobre cómo estaba demostrando iniciativa y carácter, tomando decisiones por mí mismo al fin. Dijo un par de cosas sobre hacerme un hombrecito de verdad, y algo sobre la fábrica que me esperaba en S.S. de los Reyes cuando terminara mis estudios de Administración y Dirección de Empresas.

Las clases no eran difíciles. Ninguna asignatura es especialmente difícil en la Universidad Católica de Milán. Sólo me seguían colgando Fundamentos de Financiación y Contabilidad, que eran tan aburridas en italiano como en español. Al fin y al cabo, no sé para qué debería estudiar esas cosas. Yo soy empresario, no banquero ni contable. A esa gente le pago yo para que me haga las cuentas, ¿no? En fin...

El tercer mes pedí 2050 euros. Una tubería en el lavabo de nuestro austero piso había reventado, y los fontaneros italianos son igual de incapaces y ladrones que los nuestros. Nos había cobrado un dineral por el desplazamiento, y... bueno, ya sabéis cómo son esas cosas. Te cobran por respirar a su alrededor. Esos sí que llevan bien su empresa.

Ya me imagino lo que estáis pensando: Erasmus, niño bien, en Italia. Comprándome ropita de marca cada dos días, yendo de botellón a monumentos históricos, follando con núbiles jovencitas. Nada más lejos de la realidad. Martín y yo pasamos dos meses planificando todo el asunto, y todo el tiempo hasta que la A.A.I. llamó a nuestra puerta lo empleamos trabajando duro en casa. Puede que no fuera mucho a clase, pero teníamos un proyecto entre manos, corcho... No podíamos aparcarlo sin más.

Además, comprar cualquier cosa que no fueran camisetas de tirantes habría sido absurdo en nuestro piso. Las únicas ventanas que había daban a un patio interior minúsculo, y siempre estaban cerradas a cal y canto. Teníamos el aire acondicionado en marcha a 24º todos los días, todo el día. Y menos mal, porque las bombillas de 1000w dan un calor de cojones. Andábamos en calzoncillos todo el día, resbalando en los charquitos de sudor que se formaban en nuestras sandalias de plástico.

Al cuarto mes sólo tuve que pedirles 530. Había empezado a trabajar por las noches con Martín, y empezábamos a ganar dinero, pero es increíble lo cara que es la electricidad en Italia... Un día se plantó un operario en la puerta de casa, para mirar si teníamos algún problema en la instalación. Quería entrar en casa, pero no le dejamos. Vete a saber quién se te puede colar en casa hoy en día. Dijo no sé qué de nuestro consumo y de la potencia, y Martín le soltó en catalán que él era ingeniero industrial, y que no había riesgo alguno porque se había encargado de revisar la instalación para que fuera segura. El tipo se fue rezongando no sé qué entre dientes. No lo entendí, porque no iba a italiano desde hacía dos meses. Teníamos trabajo...

Luego vinieron los vecinos a quejarse de los olores. El problema del patio interior es que todos los extractores van al mismo sitio, y aunque vivíamos en el último piso, algo les llegó. Una noche especialmente calurosa, un gordo cabrón comepasta se enfrentó a nosotros en nombre de la comunidad. En su burdo dialecto dijo que sabía lo que hacíamos, y que iba a llamar a los carabineros y tal. Nos reímos en su cara, le cerramos la puerta en los morros, nos dimos una ducha y salimos a deshacernos del stock.

El quinto mes, el ilustrísimo señor Altieri llamó a mis padres para pedirles 15000 euros en concepto de fianza, y les habló de deportación y personas non gratas. La muy zorra de la casera había respondido a la llamada de los vecinos y del operario de la luz, y fue con la llave una noche que estábamos fuera. Se encontraron todo el piso lleno de palanganas y papel de plata, con el aire acondicionado a todo meter e iluminación suficiente para rodar una peli. Y 50 plantas de Tos de fresa holandesa colgando del techo secándose. Cuando llegamos a casa, el comité de bienvenida era de todo menos halagüeño.

Por suerte, tenía una maleta llena en la taquilla del aeropuerto cuando me deportaron el sexto mes, y pude devolverle el dinero a papá con un 10% de interés mensual. Dijo que había demostrado iniciativa y capacidad de arriesgarme por un negocio. También me dijo que así es como se aprendía, y que al fin y al cabo Italia era un país de mierda al que no hacía falta que volviera para nada. Dijo que no me quedaba nada por aprender, y que dejara la facultad. Y por fin, la fábrica de San Sebastián de los Reyes es mía. Sus 200 trabajadores, su maquinaria peligrosísima, sus vertidos de dudosa salubridad. Todos míos.

De vez en cuando envío un cartón de tabaco a Milán para Martín, para que no le enganchen en las duchas cualquier día de estos. No me ha respondido ni una sola vez, el cabrón ingrato.